10 mayo 2011

100 % DANIEL CLOWES

Título: WILSON
Autor: DANIEL CLOWES
Editorial: RANDOM HOUSE MONDADORI
Páginas: 96
PVP: 17,90 €

Pasa con Daniel Clowes (Chicago, 1961) que impone cierto respeto. No sólo por su trayectoria, una de las más sólidas e influyentes del panorama contemporáneo, sino también, y principalmente, por el espectacular virtuosismo del autor de Ghost World. La mirada de Clowes es una lente de aumento capaz de amplificar las emociones más delgadas y convertirlas en protagonistas absolutas de sus historietas, pero conviene recordar que la mirada no es sólo intuición, se necesita técnica. Y en eso –todo el que lo ha leído lo sabe– nos hallamos ante un maestro.
No diré que Clowes haya inventado esto o aquello, pues qué duda cabe que la historieta es un arte de préstamos –o plagios, el término que más le gusta a mi amigo y poeta Luis Gámez, quien, por cierto, estrena en estos días su ópera prima, El libro de las transformaciones (Aristas Martínez Ediciones, 2011), que ahonda en este y otros temas y que desde aquí celebro y recomiendo– y lo de fulanito se encuentra fácilmente en sultanito si se sabe rastrear. Pero sí diré que su obra ha facilitado el trabajo a muchos. Se puede especular cómo aprendió Clowes a medir el tiempo, a componer la soledad, a abocetar motivaciones o a rotar la cámara alrededor de máscaras que se dicen personajes, pero mucho más sencillo que seguirle la pista a sus afluentes, es localizar a sus epígonos, que son legión. Y es que el autor de Wilson pasa por ser uno de los más imitados del medio, especialmente entre la esfera indie, y no cito a nadie por no faltar al respeto. La aparición de Clowes fue un terremoto, y su onda expansiva todavía no acaba. Véase que tomadas sus obras principales –a mí David Boring me pirra, como a todo el mundo, y Ice Haven y las historietas cortas y etcétera, pero confieso que tengo predilección por Ghost World, vaya usted a saber por qué–, hasta se diría que Clowes se plagia a sí mismo, pero, qué coño, está en su derecho.
Porque no creo que Wilson descubra nada a nadie; a nadie que ya lo conozca, quiero decir. Y claro está que tiene sus momentos, sus muchos momentos, fruto de la técnica portentosa made in Clowes –con las connotaciones ya referidas–. El libro está hecho de elipsis y resonancias, y tiene mensajes encriptados que cobran sentido en el desarrollo, que es lo que viene siendo leer a Daniel Clowes. Quizá lo nuevo sea una cierta madurez, en el sentido fisiológico de la palabra. Porque, sí, el hombre se está haciendo mayor. Y conste que no lo digo en sentido peyorativo, sino como simple constatación de un hecho. Hay a quien no le gusta el Kirby de los setenta, quien lo considera senil, como senil es un calificativo asociado al Miller del All Star Batman y Robin, pero es que a mí me pirran ambos, y me pirra Wilson, con todo y lo dicho. En los tres casos me sobran explicaciones, y por eso no las daré aquí –y que no se piense nadie que no he reparado en el uso de tal o cual motivo en Wilson–. Los encuentro, sencillamente, sobrados y divertidos. Muy, muy divertidos.

Javier Fernández

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