17 marzo 2011

ME DESPIERTO Y NO SÉ DÓNDE ESTOY

Título: TÓXICO
Autor: CHARLES BURNS
Editorial: MONDADORI
Páginas: 64
PVP: 17,90 €

De los muchos elementos reseñables de Tóxico –que es como Rocío de la Maya ha solventado la traducción al castellano del título original, pero de eso les hablaré después– empezaremos por el color.
Claro está que uno conoce las ilustraciones en cuatricromía de Charles Burns (Washington DC, 1955) y recuerda, por ejemplo, la edición en cuadernillos a todo color de Blood Club realizada en los 90 por Kitchen Sink, pero, salvo error o despiste, conviene notar que este es el primer álbum de Burns ideado e impreso directamente a cuatro tintas. Y verán que tratándose del autor de Agujero negro la cosa no carece de importancia, pues se trata de un artista asociado a fuego con el blanco y negro y cuyo estilo gráfico –en la estela de Chester Gould o Al Feldstein, por citar sólo dos nombres que vienen de inmediato a la cabeza– concedía tradicionalmente todo el protagonismo al entintado. Con Tóxico, el protagonismo de las masas de negro se comparte con las variadas y luminosas tintas planas que sustituyen al blanco. Como investigador que es, Burns se permite crear algunos juegos con el color –la foto de polaroid revelándose, la transición del azul al rosa en el paso de una realidad a otra, la cadencia constante de rectángulos negros y de color, el rojo de la sangre de Sarah mostrada al paso de la cuchilla, etcétera–, aunque, en última instancia, resulta evidente que el sentido principal de la cuatricromía es, simple y llanamente, acercar el tono del libro al de la bande dessineé, en concreto a Tintín, influencia confesa en la poética de Burns.
La cubierta de Tóxico homenajea a aquella ilustración icónica de La estrella misteriosa –precisamente el primer álbum de Tintín que se imprimió directamente en color– y hay en todo el libro una inquietante fusión de indie estadounidense e historieta francobelga. En cuanto a lo primero, Tóxico puede entenderse como apéndice de Agujero negro, y en este sentido se disfruta con gusto, pero sin sorpresas –el accidente, la enfermedad, el aborto, la pérdida, la alienación familiar, la sexualidad bizarra son motivos recurrentes en Burns–; en cuanto a lo segundo, la cosa adquiere su propio atractivo y el mundo onírico, sin ser algo excepcional, es una pasada. Con todo, la novedad de la obra, qué duda cabe, no está en uno u otro, sino en la citada mezcla. Y el conjunto deja en el lector el regusto de la imaginación potente y enfermiza de un William Burroughs –quien, por cierto, aparece expresamente citado en Tóxico.
Retomando por último la cuestión del título, y sin ánimo de menospreciar para nada la excelente labor de la traductora de Tóxico, que sobresale en todos los aspectos, sí me gustaría hacer notar al lector que el original X’ed Out –de compleja traslación, pues hace referencia a tachar algo con una equis, como en un cuestionario, pero también a pulsar la X de la ventana de un software para cerrarla– tiene su equivalencia gráfica con la portadilla interior del álbum, una página de rectángulos negros sobre rojos que no son sino una gigantesca X sobre una O, esto es, una representación visual de las iniciales de las dos palabras del título. Dicho queda.

Javier Fernández

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