14 enero 2011

UN REGALO PARA EL LECTOR

Título: LOS NIÑOS KIN-DER
Autores: LYONEL FEININGER
Editorial: I LIBRI IMPRESSI
Páginas: 40
PVP: 22 €

Del mismo modo que a un parto le precede la gestación y a esta el encuentro sexual y antes el cortejo, la historia de Los niños Kin-der comienza en 1905. Es en esa fecha cuando el Chicago Tribune, en su empeño por competir con el Chicago American de W. R. Hearst, envía a su agente James Keeley a Alemania a reclutar dibujantes para la sección de historietas del periódico. Y es que, tal como señala Bill Blackbeard en The Smithsonian Collection of Newspaper Comics: “El Chicago de ese tiempo, y los alrededores de la metrópoli, poseían una extensa población alemana, un grupo generalmente culto y con una fuerte conciencia de la literatura y las artes en boga en su país de nacimiento, lo que incluía una orgullosa y amplia consideración de los dibujantes de revistas de humor alemanas como los mejores del mundo”.
Más allá de los motivos comerciales, Keeley demuestra un gusto exquisito al contratar en Alemania ilustradores de la talla de Lothar Meggendorfer, Karl Pomerhanz y el padre de nuestras criaturas, el incipiente Lyonel Feininger (Nueva York, 1871-ídem, 1956), un estadounidense, hijo de emigrados alemanes, que se ha trasladado a Europa para abrirse paso como pintor. Años más tarde, Feininger formará parte del célebre grupo Der Blaue Reiter, liderado por Kandinsky y Marc, y después se le vinculará con la Bauhaus, pero de momento destaca como caricaturista en periódicos alemanes y franceses y recibe con entusiasmo la oferta.
Para el Chicago Sunday Tribune, el artista alumbrará primero Los niños Kin-der (The Kin-der-Kids, 29 páginas dominicales, del 6 de mayo al 18 de noviembre de 1906) y luego El mundo de Wee Willie Winkie (Wee Willie Winkie’s World, 20 dominicales, del 19 de agosto de 1906 al 20 de enero de 1907), dos breves cabeceras que le bastan para situarse a la altura de los más grandes historietistas de todos los tiempos. Su trabajo, pionero cronológica y formalmente, permanece como un impactante ejemplo de los límites y posibilidades gráficas del medio. Un hito fascinante, apuntalado en el sentido pictórico de sus páginas, dibujadas con líneas angulosas, preñadas de volumen y caracterizadas por un cromatismo expresionista, protagonista principal del asunto. En su enciclopedia 100 Years of American Newspaper Comics, Maurice Horn nos recuerda que el estilo gráfico de Feininger “servía menos al propósito de la historia que a la lógica de la composición”, y tal vez sea esta misma indiferencia a los aspectos narrativos del medio la que ha acabado confiriendo a este raro entre raros su carácter imperecedero.
La presente edición de Caldas, estupenda e imprescindible donde las haya, única traducción al castellano de The Kin-der-Kids, es una gozada de principio a fin. En palabras del prologuista Rubén Varillas, a las que me sumo, el libro es “un regalo para el lector actual y el tributo necesario a un autor de vanguardia”.

Javier Fernández

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