26 octubre 2010

EL CAMERINO DEL ARTISTA

Título: SENDEROS
Autor: PACO ROCA
Editorial: LAUKATU
Páginas: 272
PVP: 22 €

Para no engañarles les diré que, en general, la obra de Paco Roca me deja un tanto indiferente. No quiero decir con esto que la considere poco valiosa, o que esté yo ciego a las virtudes temáticas, estéticas y narratológicas del dibujante valenciano. Todo lo contrario, la rápida consolidación de su trabajo me parece una gran noticia dentro del panorama del tebeo español actual, y si algo demuestra Senderos. Una retrospectiva de la obra de Paco Roca es la solidez del camino recorrido hasta ahora por el autor de Las calles de arena. Es, sencillamente, una cuestión de gusto: hay a quien le gusta la sopa fría y quien la prefiere caliente. Yo soy de estos últimos.
¿Qué es lo que no me convence –en general, insisto– del trabajo de Roca? Por un lado su tibieza o, dejando ya el símil gastronómico y yendo a cuestiones de composición literaria, su simpleza, que no sencillez. También el que esté lleno de lugares comunes, de referencias manidas, y de una amabilidad en la mirada que me resulta a veces empalagosa. Hay artificiosidad, pero no lo bastante como para significar un estilo. También naturalismo, e ídem de lo mismo.
Ahora bien, si de lo que hablamos es de eficacia narrativa, Paco Roca tiene un don natural muy superior a la media de historietistas. Su modo de contar es limpio, directo, casi perfecto. Utiliza la viñeta con la agilidad de un guionista cinematográfico; y ágil es también el ritmo de todas y cada una de sus historias. Se da además la circunstancia de que su dominio del storytelling no es nuevo, basta ojear el volumen que nos ocupa para caer en la cuenta de que lo trae de fábrica. Aunque, eso sí, se ha ido refinando y haciendo más y más preciso con el tiempo. Dicho de otro modo, Roca es de los que capta la atención de principio a fin. No se trata tanto de un creador de imágenes –en el sentido literario– como de un auténtico relator.
Siguiendo con el haber de Roca, encuentro excelente su manejo de las tintas, más conforme avanza su carrera. Admiro su búsqueda de la peculiaridad estética en el estrecho campo de la línea clara, así como la incansable marcha de su estilo hacia la síntesis. Valoro también su progresivo alejamiento de los clichés, la incorporación de lo emocional y del intimismo a su trabajo y esa firme voluntad de ir contracorriente, de arribar a la propia personalidad, que le ha granjeado el respeto y la admiración de propios y desconocidos, y que anuncia futuras cimas.
El libro editado por Laukatu repasa en profundidad la trayectoria del historietista y se suma a la larga fiesta de celebración del premio nacional obtenido por Arrugas en 2008. Y lo hace con el acierto de una edición de bella factura, repleta de bocetos, historietas e ilustraciones de Roca y trufada de notas divulgativas e impresiones de diversos escritores e historietistas. Todo ello articulado alrededor de una amplia y amena entrevista realizada por Koldo Azpitarte que, amén de innumerables anécdotas, nos desvela la mentalidad y el método del artista.

Javier Fernández

19 octubre 2010

FRUTAS, VIÑETAS Y HORTALIZAS

Título: VIÑETAS A LA LUNA DE VALENCIA. LA HISTORIA DEL TEBEO VALENCIANO. 1965-2006
Autor: ÁLVARO PONS, PEDRO PORCEL y VICENTE SORNÍ
Editorial: EDICIONS DE PONENT
Páginas: 324
PVP: 28 €

No soy yo de esos que cuando escuchan la palabra “Valencia” salivan imaginando una paella o los productos de la Huerta, ni de los que piensan seguidamente en las fallas o Mario Kempes, por redondear el tópico. Y no es que no me guste el fútbol, la juerga, las frutas y hortalizas o el arroz bien aliñado, todo lo contrario, en esto soy idéntico a cualquier hijo de vecina. Sucede que cuando alguien nombra Valencia lo primero que me viene a la cabeza son sus tebeos. Porque sabrán ustedes que, en esto de las viñetas, la cantera valenciana es una de las más amplias y relevantes de nuestra historieta –quizá los que me conocen añadirían que, se hable de lo que se hable, siempre pensaré primero en tebeos, pero eso no invalida el argumento.
Jaimito, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín o Pumby son sólo algunos ejemplos del legado tebeístico producido en la Valencia posterior a la guerra civil. Y la nómina que participó en lo que se ha dado en llamar Escuela Valenciana de historieta –me refiero ahora a la primera de ellas, la que fructificó entre los años 40 y 60 del pasado siglo– es extraordinaria: Gago, Karpa, Palop, Sanchís y Vañó se cuentan entre el nutrido número de artistas que trabajó en editoriales como Valenciana o Maga. Una nómina, ya digo, que merece un sitio prominente en la historia del tebeo español. Aunque confieso mi debilidad por el conjunto de creadores con idéntica denominación de origen que comenzó a sorprender a propios y extraños a comienzos de la década de 1980, la Nueva Escuela Valenciana, con sus Mique Beltrán, Micharmut, Sento y Daniel Torres a la cabeza, traviesos reformadores de la línea clara –y a los que cabría sumar el alicantino Miguel Calatayud, un demente, un inclasificable, un genio situado a caballo entre generaciones y que guarda ciertas semejanzas estéticas con estos últimos.
Sucede que aún hoy, requeteconsumada la desintegración del tebeo patrio, una legión de valencianos pasea el palmito por las mesas de novedades, no diría como último reducto de la Galia ocupada, pues no queda ya apenas una pulgada sin conquistar, sino más bien como esas hermosas ascuas que se siguen de toda hoguera. Los hay que han encontrado su nicho en nuestro mercado –es un decir– luego de haber publicado aquí, allí y en francés, como el multipremiado Paco Roca y sus Arrugas, pero también los hay que sobreviven a la española, esto es, sobre el alambre, como mi querido Carlos Maiques, por citarles sólo un par de ejemplos.
En fin, puestos a examinar con detalle la historia del tebeo valenciano, no se me ocurre nada mejor que recomendarles la lectura del libro colectivo Viñetas a la luna de Valencia. La historia del tebeo valenciano. 1965-2006, dizque segunda parte de Clásicos en Jauja. La historia del tebeo valenciano, aquel magnífico trabajo en solitario de Pedro Porcel en el que se daba cumplida y exhaustiva cuenta del periodo anterior a 1965. Los edita ambos De Ponent, uno de esos locos y escasos pobladores, ahora sí, de la pulgada irredenta.

Javier Fernández

DEL ALMA DE LAS MÁQUINAS

Título: GHOST IN THE SHELL
Autor: MASAMUNE SHIROW
Editorial: PLANETA
Páginas: 352
PVP: 11,95 €

Ya sé que, formalmente hablando, Ghost in the Shell no es el mejor manga de la historia. A menudo se cita que su ritmo es caótico y poco fluido, que su argumento pasa de lo liviano a lo denso sin solución de continuidad ni justificación aparente y que, a menudo, su prosa se decanta por lo farragoso. Por no hablar de que la querencia digresiva de su autor, Masamune Shirow, llega a veces a lo delirante. De modo que lo enfocaré de este otro modo: Ghost in the Shell es mi manga favorito.
No sólo lo considero un texto excitante, inteligente y divertido, que se beneficia ampliamente de la relectura, sino que, en mi opinión –compartida por la legión de seguidores del fenómeno GITS, que abarca también dos películas cinematográficas, dos temporadas televisivas de anime, un OVA, varios videojuegos, libros y, en general, todo tipo de merchandising– es uno de los hitos de la ciencia ficción reciente. Tan influyente e imperecedero como Blade Runner o Neuromante, Ghost in the Shell es una obra penetrante y vasta, como la red de bytes que acaba seduciendo a la protagonista Motoko Kusanagi, el cyborg policía que sostiene por sí solo la lectura, personaje singular y atractivo donde los haya.
Claro que, puestos a comparar, Shirow carece del impacto del que hacen gala otros mangakas como Maruo o Kago. Y no es menos cierto que sus páginas no tienen
la fuerza emocional de un Hayashi ni la sencillez expositiva de un Tatsumi –vean que les estoy citando sólo creadores del más alto calibre–, pero es que sean cuales sean las carencias de Ghost in the Shell, considero que el tebeo de Shirow comparte cima con todos ellos. Desde mi punto de vista, las fallas narratológicas de la obra magna de Shirow no son sino elementos característicos de un estilo peculiar e inimitable, cualidades de un terreno hermosamente abrupto que conduce a lo alto.
Ilustrador, diseñador, animador gráfico e historietista, Masamune Shirow nació en Kobe, en la prefectura de Hyogo, el 23 de noviembre de 1961, y su bibliografía tebeística no es tan extensa como suele ser habitual en el país del sol naciente. Además del volumen inicial de la serie, Ghost in the Shell (Kodansha, 1991, aclaro que esta fecha y las que siguen corresponden al año de publicación en libro de cada título), Shirow ha firmado dos secuelas, Ghost in the Shell 2: Man Machine Interface (Kodansha, 2001) y Ghost in the Shell 1.5: Human Error Processor (Kodansha, 2003), bastante menos apreciables que el original. Suyos son también títulos como Black Magic (Atlas, 1983), Appleseed vol. 1 a 4 (Seishinsha, 1984, 1985, 1987 y 1989), Dominion (Hakusensha, 1986, con una continuación, Dominion Conflict, publicada por Seishinsha en 1995), Orion (Seishinsha, 1991) y los cuatro tomos de ilustraciones Intron Depot (Seishinsha, 1992, 1998, 2003 y 2004), el primero de los cuales contiene una extensa y memorable sección dedicada a Ghost in the Shell.

Javier Fernández

LO QUE ME GUSTA DE CEREBUS

Título: CEREBUS. ALTA SOCIEDAD
Autor: DAVE SIM
Editorial: PONENT MON
Páginas: 520
PVP: 30 €

Si usted ha nacido en este planeta y es más o menos adicto a los tebeos, no hará falta que le cuente qué es Cerebus. Pero por si acaso no pertenece al anterior grupo, aquí le dejo una sucinta y exacta descripción debida a su propio creador, el canadiense Dave Sim (Hamilton, 1956): “Cerebus es una novela gráfica de 6.000 páginas que comencé con el número 1, allá por diciembre de 1977, y concluí recientemente con el número 300, marzo de 2004, serializada en forma periódica y luego reimpresa y mantenida en catálogo en 16 volúmenes recopilatorios”.
Cerebus, pronunciado sérebas, es también el nombre del protagonista de Cerebus, un antropomórfico oso hormiguero de color gris y bastante mala leche –al estilo del pato Howard de Steve Gerber, de quien toma cierta inspiración inicial–, y que tiene tendencia a vivir variopintas aventuras que a menudo escapan de lo anecdótico y se convierten en recuento de las ideas e inquietudes del propio Sim. Hay quien le perdona todo a Cerebus porque la considera una obra maestra de la historieta y quien, por el contrario, discute airadamente las polémicas opiniones del autor, sobre todo en lo que a feminismo y homosexualidad se refiere –merece la pena anotar que un porcentaje de estos últimos siguen considerándola una obra maestra a pesar de ello–.
Por mi parte, diré que del extenso tebeo de Sim admiro lo siguiente: su cualidad de pionero del mercado independiente y epítome de la autoedición, pues ha de saberse que el dibujante se montó su propio tinglado y tuvo la tenacidad de mantenerlo, mes tras mes, año tras año, al margen de grandes y pequeñas compañías. Admiro también su impetuosidad, que bien podríamos llamar ambición, así como su fidelidad a una idea: a los 23 años, en un viaje lisérgico, Sim se dijo a sí mismo que su serie alcanzaría los 300 números mensuales, ni uno más ni uno menos. Y así ha sido. Considero algo más que meritoria la experimentación formal que exuda la obra por los cuatro costados –algo que queda bien patente en este segundo volumen de la saga, Alta sociedad, con que Ponent Mon, según consejo del artista, da comienzo a la anhelada edición en castellano de Cerebus–, así como lo inagotable de su inventiva gráfica. Y me quedo embobado mirando los dibujos de Sim, especialmente a partir de su asociación con Gerhard, quien eleva exponencialmente la calidad final de la página.
Y por último, me gusta que Cerebus sea una historieta seria y paródica a un tiempo. Que Sim tenga humor, pero también la valentía de expresar sus controvertidas convicciones religiosas, filosóficas, sexuales, sociales y políticas, coincidan o no con las mías. Porque, ya ven, estoy hastiado de las medias tintas, de la zona gris y de los discursos que reman a favor de la corriente. Pienso que estos nada aportan a la discusión, y que de ellos nada se aprende.

Javier Fernández