19 agosto 2010

UN DIABLO EN EL PURGATORIO

Título: BORN AGAIN

Autor: FRANK MILLER (guión) y DAVID MAZZUCCHELLI (dibujos)

Editorial: PANINI

Páginas: 224

PVP: 22,95 €

La primera vez que leí el Born Again andaba yo por el bachillerato, y bastante desencantado de los tebeos de superhéroes, todo sea dicho. Aunque, eso sí, seguía comprándolos por toneladas, pues aún no me había yo percatado de lo ancho y largo que es esto de la historieta. O lo había olvidado, para ser más exactos. Si echo la vista atrás, muy atrás, me veo en la cuna devorando los Spirou de Franquin palabras mayores, se tenga la edad que se tenga, el pato Donald de Carlk Barks –tres cuartos de lo mismo–, el DDT, el Pumby o el Mortadelo semanal, por citar lo primero que se me viene a la cabeza. Y es que el mar está lleno de peces.

El caso es que, ahora que lo pienso, me doy cuenta de que fue precisamente este tebeo de Miller y Mazzucchelli el que logró curarme del virus Marvel que afectó a mi generación. Ojo, digo curarme no porque haya acabado yo regalando mis Spiderman, sino porque hace ya un ciento que no me fundo los ahorros en coleccionarlos. Creerá alguno que estoy sugiriendo que el Born Again es un engendro infumable. Todo lo contrario, me parece un tebeo excitante, bien escrito y mejor dibujado. Tanto que, en comparación, y siempre hablando en términos generales, las desventuras de los supertipos me resultan un tanto insípidas y bastante sandias. Que no digo yo que no haya quien las considere algo muy serio, allá cada cual, pero a mí es que me da la risa. Será por eso que prefiero el trepamuros de Ditko al de Romita, el pato Howard al Capitán América, los X-Statix a los X-Men.

Pero no es de esto de lo que estamos hablando. Hablamos del Born Again o, lo que es lo mismo, de los números 227 a 233 de la serie Daredevil, editados originalmente entre febrero y agosto de 1986. Son magníficos tebeos de acción, aderezados con su poquito de existencialismo, un toque de mala leche y determinados fraseos herededados del género negro. El argumento de Miller maneja también elementos de la religiosidad cristiana, empezando por el título, que es un tópico de la conversión a Cristo. Pero, convendrán conmigo en que la mayor parte de la simbología manejada por los tebeos de superhéroes es bastante gruesa, mid-cult, de medio pelo. A qué engañarnos, no es por eso por los que nos fascinan obras como el Born Again. Lo que nos impele a releerlas tiene más que ver con la excitación emocional y con la eficacia narratológica que con lo propiamente ideológico, algo así como lo que ocurre con el cine de John Ford.

¿Les he dicho ya que los dibujos de Mazzucchelli son primorosos? Sólo por ellos merecería ya la pena apoquinar los casi 23 eurazos, pero es que el trabajo de Miller es realmente absorbente, y la suma de los dos talentos resulta en un tebeo trepidante y singular como pocos. Es de esos raros ejemplos que se disfrutan con la misma intensidad dos décadas y media después. Lo que se dice una pasada.

Javier Fernández

10 agosto 2010

¡GERBER EN EL SALÓN DE LA FAMA!

Ya sé, ya sé. Los ingresados este año en el Salón de la Fama durante la pasada ceremonia de entrega de los premios Eisner fueron seis, y no uno como podría deducirse por el título. Pero es que me he puesto tan contento al conocer la noticia de la concesión del The Will Eisner Award Hall of Fame al creador de Howard the Duck nada que ver con la película, no vayan a decir luego que les recomiendo basura que lo he escrito tal cual, sin pensármelo dos veces.

Y no es que el resto de los ganadores ax aequo sean tipos cualesquiera, no. Hay entre ellos nombres propios del tebeo estadounidense como Burne Hogarth (1911-1996), el excelso dibujante que nos deleitó a todos con su imperecedera versión de Tarzán, y Bob Montana (1920-1975), nada menos que el creador gráfico de Archie. Vean que, en ambos casos, el premio fue concedido directamente por el jurado. Pero ojo, los otros tres que junto a Steve Gerber (1947-2008) se alzaron con el premio por votación popular también tienen lo suyo. Mort Weisinger (1915-1978), escritor y editor, dirigió las riendas de Supermán durante buena parte de las décadas de 1950 y 1960; el recientemente fallecido Dick Giordano (1932-2010), recordado por sus dibujos y sus hermosas tintas, ejerció de alto ejecutivo de DC durante casi una década; y Mike Kaluta (1947), el único vivo de los seis, es un elegante ilustrador y un dibujante delicado, no demasiado prolífico, pero sí suficientemente apreciable.


Puestos en el mismo saco que todos ellos o, mejor aún, del centenar largo de integrantes actuales del Salón de la Fama, se podría argumentar que la aportación de Gerber al medio es más bien modesta. Que básicamente fue un escritor de superhéroes sin éxito comercial, un guionista de culto más recordado por su vena ácida y sus continuos problemas legales con Marvel que por sus propias historias. Yo, sin embargo, lo considero de otro modo, y es por eso que me felicito de que el tiempo le esté concediendo el crédito que mereció en vida. En mi opinión, Gerber fue un autor oblicuo e inesperado, original, incisivo y penetrante, un adelantado a su tiempo. Y la suya es una voz singular de la moderna industria del cómic-book. Firmó trabajos tan fenomenales como Man-Thing, The Defenders, Omega o Countdown to Mistery, pero también Void Indigo, Nevada, Hard Time o el propio pato Howard. Tebeos todos ellos inclasificables que, en conjunto, se erigen como una suerte de expresión íntima, un comentario valiente y personal sobre las transformaciones culturales, políticas y sociales recientes de Estados Unidos. Sólo por esto, está sobradamente justificado su ingreso en el Salón de la Fama; pero es que, además, su cruzada en favor de los derechos de autor que lo condujo en última instancia a la bancarrota lo señalan como precursor del tebeo independiente, de nuevo un adelantado, una especie de mártir necesario.


De modo que, ya les digo, hoy me siento feliz por Gerber y hasta se me ha olvidado por un instante que hace ya más de dos años que no está con nosotros. Por los otros cinco también, que conste, pero menos.


Javier Fernández

EL PRIMERO DE LA CLASE

Bueno, pues como cada año desde 1988 ya tenemos la lista de ganadores de los premios Eisner, los máximos galardones de la industria del tebeo en Estados Unidos. Por si no lo saben, les comento que la ceremonia de entrega se celebró el pasado 23 de julio en el marco de la convención anual de cómics de San Diego, uno de los encuentros historietísticos más relevantes del panorama mundial y, sin duda, el más importante de los muchos que se celebran en el nuevo continente.

No es mi intención referirles aquí la lista completa de premiados, menos aún la kilométrica relación de nominados, pues ambas pueden consultarse vía internet en la página oficial del evento: www.comic-con.org, pero sí quisiera dedicar una líneas a celebrar la triple corona obtenida por mi adorado David Mazzucchelli (Providence, NY, 1960): Mejor novela gráfica, Mejor escritor-dibujante y Mejor rotulista, lo que, en palabras de la organización, lo convierte en “el máximo ganador” de esta edición.

Qué quieren que les diga, me congratulo de que la industria haya al fin premiado a uno de sus creadores más genuinos y originales, un tipo formado como historietista en el corazón mismo del negocio –suyos son los dibujos de dos de las obras más influyentes del tebeo de superhéroes de la década de 1980, la saga Born Again de Daredevil y el Año uno de Batman, ambas escritas por Frank Miller–, pero que, en el por entonces pináculo de su carrera, decidió alejarse de las fórmulas comerciales para alcanzar cotas creativas aún más altas dentro del mercado independiente. Los tres números de su espléndida revista Rubber Blanket, autoeditada entre 1991 y 1993, permanecen como un hermoso ejercicio de libertad creativa y una profunda lección de narratividad, y aun cuando algunas de sus páginas han visto esporádicamente la luz en nuestro idioma, el conjunto sigue esperando la oportunidad de una edición española a la altura del material. Aunque si de lecciones narrativas hablamos, a pocos escapa que su adaptación

gráfica de la novela Ciudad de cristal, de Paul Auster, realizada en 1994 a medias con Paul Karasik –la adaptación, no la no

vela–, es uno de los hitos recientes del tebeo estadounidense, un soberbio ejemplo de hasta donde puede llegar esto de las viñetas, bocadillos y textos de apoyo.

Asterios Polyp (Pantheon Books, 2009) es su más reciente trabajo largo, luego de una miriada de historietas de corta extensión publicadas en revistas, antologías y demás, y el que le ha conducido al éxito crítico una década y media más tarde de la anterior novela gráfica. Me he deleitado ojeando diversas páginas de Asterios Polyp, pero lamento no darles hoy una nota precisa de su contenido, ya que sigo a la espera del ejemplar que encargué hace varios meses. Les adelanto que, visto lo visto, promete ser aún más personal, sorprendente y renovadora que Ciudad de cristal, lo cual es mucho decir. Por lo pronto, la industria se ha rendido a sus pies, y esto tampoco es moco de pavo.

Javier Fernández













EL VIAJE INTERMINABLE

Título: POR EL CAMINO YO ME ENTRETENGO

Autor: JOAQUÍN LÓPEZ CRUCES

Editorial: EDICIONS DE PONENT

Páginas: 164

PVP: 20 €


No exagero si digo que Por el camino yo me entretengo (De Ponent, 2008) es una de las lecturas más refrescantes y deleitosas que me he echado al rostro de un tiempo a esta parte. Claro que, dicho esto, debo confesar que López Cruces lo tiene fácil conmigo; o yo con él, soy lo que se dice un entregado a la causa, un fan.


Hace unos días les hablaba de Del Barrio y venía a decirles que el dibujante madrileño es de los que se prodigan poco –o será que a mí me lo parece–, pero es que la producción historietística de López Cruces es todavía más exigua. Se compone básicamente de un puñadito esporádico de colaboraciones en revistas y tres monografías: Sol poniente (Cajal, 1990), Obras encogidas (Malasombra/Camaleón, 1997) y la antes citada; cuatro si contamos el cuadernito Las mantas de Ramonet (Malasombra, 1995). Aunque, eso sí, dibujos suyos se los encuentra uno por aquí y por allí, pues a fin de cuentas el tipo se dedica al diseño gráfico y la ilustración. Pero en lo de los tebeos ya ven que López Cruces es un poco como Tarrence Mallick: rueda sin prisas. Por si vale para algo, desde aquí propongo fundar un club de admiradores del dibujante que se dice almeriense nacido en Granada –del otro, el cineasta, también, pero no dudo que ya habrá.


Podría glosarles las excelencias de la obra de López Cruces, destacar la singularidad emocional de trabajos como Sol poniente, la ternura y sencillez del grueso de su producción –y se vienen a la memoria otros nombres con mayor o menor grado de afinidad con el andaluz, funambulistas de los pies a la cabeza: Rubén Garrido, Javier Olivares, LPO, Victoria Martos–, pero he decidido no hacerlo. Antes que abocarles a una dificultosa búsqueda de tebeos harto escondidos, agotados como nuestra historieta, prefiero conducirles al volumen editado por De Ponent a finales de 2008 y que, por ende, se halla aún en el canal de distribución.


Por el camino yo me entretengo es una selección y compilación de los dibujos de viaje de López Cruces realizados entre agosto de 1986 y julio de 2007. Como tal, el librito puede ojearse a gusto del consumidor, de principio a fin, de fin a principio e incluso a saltos, como quien juega a la comba. Pero, tratándose de quien se trata, uno espera ese algo más que se sitúa bajo –o sobre, según se mire– lo estético, la capacidad narrativa de los cuentistas de raza. Dicho y hecho. El cuaderno de viajes de López Cruces trasciende su condición primera de colección de memorabilia para convertirse en un tebeo de tomo y lomo, pues antes que estampas, los dibujos y textos en él contenidos son las divertidas e informales piezas de una peculiar historieta autobiográfica narrada desde el incansable punto de vista del viajero. Y he aquí un logro de López Cruces: iniciada la lectura, uno olvida de inmediato su condición de vouyeaur para sentir la emoción, el gozo mismo del viaje. Ya ven, y sin salir de casa.


Javier Fernández