21 noviembre 2009

LAS LÍNEAS SE DILUYEN. (Reflexión acerca del pasado y presente del universo Marvel)

Los tejados de la Cocina del Infierno se perfilan ya contra los tonos plúmbeos de un cansado atardecer, cuando sobre ellos vemos pasar, como una exhalación escarlata, la roja figura de Daredevil, el hombre sin Miedo… ¡Alto ahí! ¿He dicho roja, escarlata? ¡No!. Hete aquí que nuestro héroe se pasea entre las azoteas en pelota picada y en su cráneo, donde otrora luciesen las doradas guedejas, oscila al viento una soberbia cresta multicolor. Al mismo tiempo, a varias manzanas de allí, tía May y Jonah Jameson Sr. aprovechan sus frecuentes encuentros para apurar las últimas sugerencias del Kamasutra con el retrato del tío Ben al fondo, tocando las palmas.

Si dirigimos nuestra vista a muchos kilómetros de allí, observamos que los héroes más poderosos de la Tierra han trasladado su cuartel general a un club gay de Chicago donde el Capitán América procede a cambiar oficialmente el himno tradicional de: “¡Vengadores, reuníos!” por un mucho más sonoro: “¡Ay, que me da, que me da y que me da!”. Por su parte, Norman Osborn acaba confesando que lo de Gwen y él era mentira, y que todo se debió al inconfesable deseo de comerle la boca a pellizcos Peter Parker.

¡ Así, pues, todo se ha consumado!. La Era Quesada del universo Marvel ha llegado a su culmen, mientras su orondo artífice se regodea en el yakuzi, acariciando con ternura un patito de goma con la cara de Marilyn Manson.

Espero sinceramente que los aficionados al cosmos marvelita –especialmente los de rancio abolengo- sepan disculpar al que suscribe esta introducción pesadillesca. Si con ello logro hacer reflexionar al fandom sobre lo que ha sido el devenir de personajes y contextos en estos últimos años, habrá cumplido su propósito. Estableciendo una comparación entre esta sátira (que incluye un par de detalles ya perpetrados en la continuidad real) y la política editorial de la Casa, me atrevería a afirmar que las líneas se diluyen. A la desnaturalización de iconos como Gwen Stacy o la propia tía May – no sólo por cuestiones estéticas, sino por la imposibilidad de ciertas actitudes dada la personalidad con que se les definió genuinamente – se une el aluvión de acontecimientos apocalípticos que aportan cada vez más confusión e irrealidad a un universo con el que un día tantos nos sentimos identificados, precisamente por su parecido con el nuestro. Esa antigua “apacibilidad” habitual de la “sociedad Marvel”, por lo que a sus ciudadanos normales de refiere, se veía ocasionalmente truncada por inusuales macro-acontecimientos como la llegada de Galactus o la guerra Kree- Skrull. Era precisamente eso, el contraste entre la normalidad y su atípica ruptura lo que conseguía el deseado efecto de fascinación.

Invasión Secreta, Dinastía de “M”, holocaustos diversos a escala mundial, el enésimo Ragnarok asgardiano con implicaciones terrícolas… Sin negar algún que otro retazo de calidad y originalidad en los planteamientos, el hecho de que los “Apocalipsis” acaben menudeando tanto como un estornudo vulgarizan y adocenan inevitablemente un mundo de ficción antaño mucho más cercano y entrañable.

No se trata, en modo alguno, de que un grupo de aficionados “fósiles” reclamemos la vuelta de postulados y situaciones irrecuperables, tanto como la época a la que pertenecieron, sino del deseo de que presente y futuro dimanen directamente de un pasado tan glorioso como el que urdieran Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko y otros genios del ayer, por encima de revisionismos delirantes.

En definitiva, cuando el cielo no se desplome a diario sobre las cabezas de unos personajes irreconocibles, podremos volver a exclamar con orgullo:

¡Excelsior!

José Luis Moreno de León.

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